Mirando por la ventana el frío paisaje de un callado sur, enredaba mis manos entre las calientes figuras que regalaba la sombra del humo de la chimenea de un cuarto trasero repleto de confusión.
Estabámos con ella, no eramos solamente tú y yo las que flotábamos en la serenidad de una noche de caricias y dedos hechizados por nuestras entrepiernas.
Corazones que palpitaban saboreando el bajo flujo de unos vientres, sed, cinceles de varieté alborotando labios y lenguas entregadas al sabor de unos cuerpos rasgados por finas uñas dibujando caminos de suaves infidelidades.
Nuestros cuerpos a merced de la lujuria, nuevamente.
Risas, alegrías, una armonía cautiva entregada al deseo tan necesario para sentirnos vivas.
Dos camas vacías y una alfombra que albergaba la debilidad de tres mujeres que se buscaban entre si con sus dedos húmedos y sus pechos embrujados y más risas y savias encantadas sedientas y hermosas.
Y cerré los ojos y pensé únicamente en vos y que mis brazos te tomaban por la espalda y tu boca besaba solo mis labios y que tu cuello era de mi lengua y tu saliva la mía.
Pensé en nuestro amor ilimitado enarbolando a dos niñas infinitas incapaces de conceder sus sueños a los tabúes de la realidad.
Pensé en tu aliento apretado en mi garganta, en nuestra música encantada y que bailábamos mientras el mar envidiaba nuestras siluetas desnudas bajo la luna. Pensé en cada despedida y en tus lágrimas y en mis manos que no dejaban soltarme de tu cintura. Pensé en nuestros pies descalzos huyendo por aquel angosto camino de ripio sin flores blancas mientras nos buscaban a gritos con sus lenguajes diferentes. Eramos muy niñas ¿te acuerdas?.
Huíamos para no separarnos.
Pensé en que nadie nos encontraría porque eramos niñas enamoradas y como en los cuentos, el final sería feliz y ardiente y por siempre estaríamos juntas, solas, vos y yo.
Pensé en brisas adornando nuestros cuerpos sobre aquella arena de una laguna que te pertencía porque la habíamos bautizado con tu nombre una mañana desnudas y hambrientas de tanto amarnos.
También pensé en aquellas miradas negadas delante de nuestros padres, en esos deseos escondidos tras los muros de la frontera que nos separaban en nuestro idioma, en nuestras banderas diferentes, en nuestro amor, necio y aventurado.
Te pensé conmigo, solas y enamoradas y sin juzgamientos engreídos, infelices que nunca podrán vencer el culto pagano e impetuoso de nuestras pieles.
Y abrí los ojos y dejé de pensarte para estar también con ella a merced de la lujuria, nuevamente, porque así lo marca nuestro destino de invisibles culpas, para seguir teniéndonos.