
Sembraste deseos debajo de tu falda y tus manos, lentas, acariciaron aquel paisaje que alguna vez, sola, imaginaste.
Te atreviste mujer.
Encendiste tu sangre para que tus ángeles murmuren, sonrojados, en sus cielos, todo lo que aprenderán sobre el templo de nuestros placeres.
Nos atrevimos, mujer.
