Je fume pendant que je l'amour parce qu'ils aiment embrasser ma peau sur les cendres de mes vices.

Un adios a flor de piel



Otoño 2008
---

¡Porqué no habré traído algo para cubrirme de esta molesta lluvia! -fue lo primero que pensé mientras contemplaba la melancólica apariencia del paisaje, que ante muchos, podría parecer una postal demasiado ordinaria y triste-. 
Tan sólo deberíamos pensar que se trata del otro lado de la alegría, algo demasiado profundo para comprenderlo -susurré a manera de reproche mientras contemplaba el callado juego de las gotas de agua que quedaban atrapadas en el cristal, deformando todo lo que se encontraba del otro lado-. Aquel lado: húmedo y frío, desolador a simple vista, pero que guarda en sus entrañas a la vida misma. 
A pesar del frío, de la aparente soledad, de la lluvia, la simple idea de vida alberga en mí la sensación de una cálida humedad -cálida humedad, cálida humedad, cálida humedad...-. 
No sé porqué me detengo tan impetuosamente en la última frase de mis infantes ideas -que a lo mejor ni tanto- pues la simple mención de dos palabras, embriaga todo mi pensamiento, acentúa por instantes todo lo que siento, recorre mi piel con una exquisita sensación de placer desenfrenado. 
No sólo son dos palabras, es algo más profundo, algo que cala hasta el último rincón de mis recuerdos, de mis emociones, algo que está ahí mismo pero que no sé reconocer. 
Esa plenitud que calma la inquietud de libertad, las sensaciones a flor de piel. 
Cada gota que resbala por el cristal es una partícula de vida ¿porqué no? Acaso no eras para mí la humedad que tanto necesitaba. Tus brazos: el refugio perfecto para alguien que no conoce de sedentarismos y anhela estúpidamente la jaula de su libertad. 
Ahora en mis manos está la vida, cada gota que resbala desaparece entre mis dedos. 
¡Te maté! Y el cielo lloró por mí.